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jueves, 23 de septiembre de 2010

Marguerite Yourcenar - Peregrina y extranjera. Editorial Alfaguara
Fragmentos de:

Cuadernos de notas, 1942-1948

1942. Todo hombre, capitán a bordo después de Dios. Todo hombre, prisionero en el fondo de la bodega. Y navío al mismo tiempo que marinero. Océanos vacíos, playas abandonadas para siempre o jamás alcanzadas, faros, naufragios, botella arrojada al mar: volvemos a un tiempo en que las metáforas recobran su peso y su densidad de cosas, vuelven a medirse en millas terrestres o marinas, en unidades de espacio o de peligro. Y si el frasco con cabellera de algas danza para siempre sobre el mar sin que nadie lo vislumbre, lo repesque y lo salve, al menos habrás hecho flotar un frágil objeto humano en la superficie de las olas.

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Arte griego: el hombre es la naturaleza y la encierra dentro de sí toda entera. Arte de la Edad Media: el hombre está en la naturaleza como el pájaro en el bosque, como el pez en el río, objetos colocados sostenidos en el tiempo por la mano del Creador. Arte de Extremo Oriente: el hombre y la naturaleza, inextricablemente mezclados uno con otro, huyen, cambian y se disipan, apariencias cambiantes, onda que se mueve, juego de sombras paseadas por el lienzo eterno. Arte barroco: el hombre convierte a la naturaleza en objeto de su tiranía o de su meditación, inventa los parterres de Versalles o las soledades ordenadas de Poussin. Arte romántico: el hombre se precipita en la naturaleza, a ella lleva su pena y sus gritos de animal herido. Arte del siglo XX: el hombre hace estallar la naturaleza, detiene o precipita la evolución de las formas...

Una rosa es una rosa, pero de la rosa de Anacreonte a la rosa del Roman de la rose, de la rosa de las catedrales a los ramilletes de Renoir, se excluyen y se suceden todos los puntos de vista posibles sobre la rosa y la vida.

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"No me gustan los poetas, decía Nietzsche, enturbian todas las aguas para que parezcan más profundas". Tampoco a mí me gustan los que añaden complicaciones muertas a las complejidades vivas, ni los que apartan los ojos de la sangre que se derrama pero aúllan de gozo cuando han embadurnado de rojo una cabeza de muñeca. ¿Por qué me habláis de actos gratuitos cuando apenas puedo hacer frente a los actos indispensables, por qué me habláis del absurdo en un mundo donde el amor y la muerte siguen su curso al igual que las estaciones sus leyes, como la salida de los astros en el horizonte? ¿Y qué he de hacer con los esqueletos de la novela policíaca y con los relojes blandos de Dalí, yo que, como todo el mundo, llevo dentro mi esqueleto y mi reloj?

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Han cortado la rama de pino medio seca que durante cuatro años he visto balancearse junto a una tapia de ladrillo rojo. Esa madera, esa resina, esas escamas de corteza, esas delgadas agujas desaparecidas, se dibujan en mi memoria con la exacta precisión de un dibujo de Hokusai. Objeto cualquiera, inerte, sin relación conmigo, que ha cumplido su destino en otros reinos pero dotado por mi atención de una suerte de duración espiritual, destinado a sobrevivir, sin duda, o por lo menos a vivir tanto como yo, transmisible a otros, mudado en signo... ¿Qué crees probar con esto? Nada sino que quizá existan diferentes órdenes de realidad.

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No juzgues... Juzga, por el contrario; no ceses, conciencia infatigable, de evaluar tus acciones, tus pensamientos y los de los demás con la ayuda de tus instrumentos aun primitivos; utiliza lo mejor que puedas tu balanza a la vez demasiado y poco sensible, nunca en el fiel, equilibrada bien que mal mediante la aportación de incesantes escrúpulos. Juzga para no ser juzgado el peor de los seres, el cobarde de espíritu, perezosamente dispuesto a todo, que se niega a juzgar.

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1943. Es demasiado pronto para hablar, para escribir, para pensar quizá, y durante algún tiempo nuestro lenguaje se parecerá al tartamudeo del herido grave a quien se reeduca. Aprovechemos este silencio como si fuese un aprendizaje místico.

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Aceptar que tal o cual ser, a quien amábamos, haya muerto. Aceptar que este o aquel ser no sea más que un muerto entre millones de muertos. Aceptar que éste o aquel, vivos, hayan tenido sus debilidades, sus bajezas, sus errores, que nosotros tratamos en vano de encubrir con piadosas mentiras, un poco por respeto y por compasión de ellos, mucho por compasión de nosotros mismos, y por la vanagloria de haber amado solamente la perfección, la inteligencia o la belleza. Aceptar su independencia de muertos, no encadenarlos, pobres sombras, a nuestro carro de vivos. Aceptar que hayan muerto antes de tiempo porque no existe el tiempo. Aceptar nuestro olvido, puesto que el olvido forma parte del orden de las cosas. Aceptar nuestro recuerdo, puesto que, en secreto, la memoria se esconde en el fondo del olvido. Aceptar incluso -aunque prometiéndonos que lo haremos mejor la próxima vez y en el próximo encuentro- el haberlos amado torpe y mediocremente.

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Pase lo que pase, aprendo. Siempre salgo ganando.

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Envejecer... Desprenderse de muchas cosas, correr el riesgo de aferrarse tanto más desesperadamente a aquello por lo cual rechazamos todo lo demás. "Habrá que dejar todo esto... ¡Y que me ha costado tanto!" Y Sainte-Beuve dice que si bien la primera exclamación de Mazarin es la de un amateur, la segunda es la del avaro. Se equivoca, y la segunda, precisamente, justifica la primera. Por lo que nos cuesta valoramos, lo más exactamente posible, el inestimable objeto amado.

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No nos quejemos de que nuestros males no tengan igual: desde lo alto de las Pirámides, cuarenta siglos se reirían ante nuestras narices. No digamos tampoco que son insoportables: si lo fuesen, ya habríamos perdido la vida. Y los muertos callan o no se expresan sino con Dios.

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Estos fragmentos proceden de un cuaderno de notas que tuve entre 1942 y 1948, o sea durante un período de seis años. Sólo llevan fecha aquellos escasos pasajes que se refieren claramente a acontecimientos exteriores.


Marguerite Yourcenar

(Marguerite de Crayencour; Bruselas, 1903 - isla de Mount Desert, Maine, EE.UU, 1987) Escritora francesa de origen belga.
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Extraído de:

Yourcenar, Marguerite: Peregrina y extranjera. Editorial Alfaguara, Madrid, 1992.
Traducción: Emma Calatayud.
(Título original: En pèlerin et en étranger. Éditions Gallimard, 1989)

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